Octubre es reconocido como el mes de la madre, y de eso no hay dudas: ya en septiembre, una infinidad de marcas y anuncios nos recuerdan que tenemos que hacer sentir bien a mamá.

¿Alguien se puso a pensar en quienes ya no tienen a su madre físicamente? ¿En qué sienten, cómo perciben, ese “bombardeo” de información sobre las madres?

En este artículo (intentaremos) ahondar en la importancia trascendental que tienen las madres para cada uno de nosotros, y por qué creemos que, si ya no está con nosotros, lo mejor que podemos hacer es celebrarla ¡cada día más!

Tu mamá es tu mamá, y contra eso… nada que hacer.

De su mano conocimos la cara y la cruz de la vida, la alegría, la excitación y la tranquilidad. Incluso ella misma fue la mismísima cara de la tristeza: si se alejaba o no nos prestaba la atención que pretendíamos, nos invadía una sensación de abandono y malestar (aunque no la recuerdes).

Gracias a ese vínculo hemos ido desarrollando nuestras emociones, nuestros sentimientos y nuestra capacidad de comprendernos. Por eso, y por darnos la vida, el legado de una madre es el más esencial de nuestra existencia.

Quienes hemos tenido la inmensa fortuna de tener una madre presente y dedicada con nosotros sabemos que su figura es, sencillamente, irremplazable.

Hay “algo” en la comida, los abrazos, las palabras de mamá… que se extraña cuando ya no están físicamente.

Y, si bien uno, por “ley natural”, crece y se desarrolla considerando que, eventualmente, se irá de nuestro lado, no es un momento grato cuando sucede.

“Cuando los pensamientos y consejos de tu mamá están en tu corazón, nunca te sentís lejos de casa”.

Inicialmente puede ser un poco abrumador, sin importar la edad que tengamos, sentir que “perdemos” a esa figura que porta ¡tantos títulos!:

  • Enfermera, cuando te sentiste mal o te enfermaste.
  • Psicóloga, cuando tuviste “mal de amores” o te peleaste con un amigo/a.
  • Cocinera, cada domingo y cumpleaños en familia.
  • Abogada, cuando te mandaste “una macana” y salió a defenderte frente a todo y todos.
  • Policía, las veces que te retó y te “puso en vereda”.
  • Detective, por todas las cosas que creíste perdidas y ellá encontró en un segundo.

¿Y te pusiste a analizar cuántos roles tuvo tu mamá, y cómo fueron cambiando a lo largo de tu vida?

  •  Durante la infancia, ella fue lo más parecido a una diosa griega, ¿no? Con sus súperpoderes de hacer y estar en cada detalle de nuestra vida… Tanto, que incluso no lo notabas.
  • En la adolescencia, fue quien te guió cuando estabas a punto de “salirte del camino” o de mandarte “alguna” de la que después te arrepentirías. En esa época, es muy probable que haya trabajado tiempo completo de… ¡policía!
  • Ya en la adultez, recuperamos esa admiración que sentimos por mamá cuando éramos más chicos… Tal vez porque ya somos padres, o simplemente porque maduramos y comprendimos cuánto esfuerzo, amor y dedicación puso cada día para darnos lo mejor.

Aun así, el planteo que nos gustaría acercarte hoy es: frente a TANTO que te dio tu madre, ¿qué podés hacer, más que celebrarla?

 A veces, (y ojo, esto es completamente comprensible), uno se apega a la idea de que, cuando alguien se va, tiene que recordarlo siempre con cierto dolor o tristeza…

 ¿Cuándo, a tu mamá, le gustó verte triste? Probablemente… ¡Nunca! (A menos que te haya retado por algo).

“Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño. Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida. Sin embargo… En cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado”.

El legado de una madre es asombroso… y trascendental.

¿Sabías que la relación con tu mamá tiene una gran influencia en tus relaciones adultas?

Tu mamá fue tu primer vínculo, tu primer “ámbito” de socialización, por lo que ha sido (y conscientemente o no, seguirá siendo) tu gran referente del mundo adulto. Es quien te enseña cómo salir al mundo, cómo posicionarte y enfrentarte a las diferentes situaciones que acontecen. A partir de la información que recibimos por parte de nuestra madre, nuestro niño construyó sus ideas acerca de quién es, cómo debe ser, y le atribuye diversos significados a las experiencias y situaciones que vive.

Es, indudablemente, la relación primordial, porque a través de ella comenzamos nuestra construcción de la identidad.

“Lo que aprendés de chico, no te lo olvidás más”.

Un dicho más que conocido, ¿no?

Tal es así que, sea como sea, el amor y cariño de una madre es el “culpable” y creador de los parámetros con los que mediremos con qué nos conformamos (o no) en gran medida a lo largo de nuestra vida.  Su amor y entrega estará por siempre anudado en tu corazón.

Las madres son amor, amor incondicional. Porque más allá de darnos la vida (literal y figuradamente), son quienes, en la mayoría de los casos, nos han tomado de la mano y nos han enseñado a transitarla.

Te vas a acordar de los consejos de tu mamá, del sabor de su comida, de sus frases típicas y del tono de voz que ponía cada vez que quería retarte y vos no estabas enterado ni por qué.

¿El trasfondo de todo eso? ¡El amor!

En conclusión 

Todos los hijos llevamos con nosotros a mamá. La relación que tuvimos (y tenemos, porque a pesar de su ausencia física, el vínculo sigue) con ella forma una huella imborrable, cuya base es, nada más (¡y nada menos!) que el amor. 

Mirando en retrospectiva… Si te sentás a recordar todo lo que te dio, indiscriminadamente y sin pedir nada a cambio, ¿aún creés que lo mejor es recordarla con tristeza? 

Entre tantos recuerdos, experiencias, y aprendizajes que seguís rememorando y utilizando en tu día a día, lo mejor es, tal vez, optar por honrarla y celebrar todo lo que te brindó. 

Porque si está presente en tu día a día… sigue viva en vos. Y eso, al final, es lo verdaderamente importante. 

¿Cómo quisieras celebrar este año a tu mamá?