Nuestra sociedad tiene un tabú con respecto a la muerte. Frases como “pasó a mejor vida” o “ya no está con nosotros” se utilizan para evitar utilizar la tan temida palabra: “murió”. Nos cuesta tanto hablar de ella que incluso parece que, al decirla, creemos que estamos llamando a su puerta. 

En este artículo debatimos cómo y por qué hemos llegado a tener tanto tabú con respecto a la muerte. 

Un acontecimiento natural

Todos moriremos. Cuando nacemos, de manera inconsciente y obligatoria, estamos aceptándolo. 

¿Por qué, entonces, nos empeñamos durante años en condenar este hecho a la clandestinidad?  ¡Si es un acontecimiento natural!

Nuestra cultura es, en gran medida, tanatofóbica: le tenemos un miedo horroroso a la muerte, y en vez de enfrentarlo de manera racional e intentar dilucidar qué es lo que nos provoca tal temor, decidimos negar que existe… hasta que nos toca de cerca y no nos deja más opción que mirarla a la cara. 

Y aunque nos cueste creerlo, esto no siempre fue así. 

Anteriormente, y sin necesidad de irnos a la edad media o a culturas remotas, se acostumbraba que las personas pasaran sus últimos días y fallecieran en sus hogares, en compañía de sus seres queridos. 

Residía, en ese acto, un acercamiento y naturalidad frente a este hecho que, con la figura de las instituciones sanitarias, ha quedado relegada.

El por qué del miedo

¿Qué sucede entonces, con la muerte, que le tenemos tanto miedo?

Podemos identificar tres factores fundamentales en este “tabú frente a la muerte”:

1. La muerte como una construcción social

 La muerte, más allá de ser un hecho biológico, es un concepto construido social y culturalmente. Esto quiere decir que el acto de morir en sí resulta ser una construcción simbólica, y el tinte que se le otorgue dependerá de las propias convicciones y creencia de cada uno, así como de la cultura, la época y el contexto en el que se atraviesa.

El tabú llega a la muerte a partir del desplazamiento de las creencias sobrenaturales hacia las creencias seculares. En algún punto de nuestra existencia hemos comenzado a concebir la muerte como algo privado e individual, percibido y  solo por nuestras creencias y valores individuales. Desde esta perspectiva, no cabe duda de que, el hecho de pensar, teorizar y analizar la muerte de manera individual es un peso demasiado pesado que cargar a lo largo de la vida; y no solo por aprender a gestionar la muerte de otro, sino aún más porque seremos nosotros mismos quien, eventualmente, moriremos. 

Los humanos somos la única especie consciente de este hecho durante la vida; la única que la representa mediante ritos, encuentros o rituales, y también la que, en la mayoría de los casos, cree en una vida después de la muerte.

 Podemos decir, entonces, que le montamos un tabú a la muerte porque significa, ni más ni menos, el paso del tiempo. 

Así, los cambios y que el tiempo se escurra entre nuestras manos sin haberlo aprovechado resultan en tenerle miedo a la muerte, porque ese hecho significa que ya no disponemos de él. Desde esta visión, lo que asusta no es la muerte en sí, sino el tiempo que se fue y el cambio que vendrá después.

2. La medicina como fantasía de la inmortalidad

Hay otro factor que acrecienta esta idea y es nada más y nada menos que la medicina: hemos puesto tanta, tanta confianza en ella que medicalizamos desde los malestares más mínimos hasta, claro, los que pueden ser mortales. ¿Cómo vamos a creer que la muerte llegará si existe la medicina? 

Casos como los de Stephen Hawking, Gustavo Cerati o Michael Schumacher son ejemplos en los que la medicina hizo y continúa haciendo lo suyo.

 

3. La muerte como signo de vulnerabilidad

En nuestra sociedad, algunos de los atributos que más se valoran es la fortaleza, la juventud y la vitalidad. Estas características construyen, poco a poco, en el inconsciente colectivo, un ideal de “todo lo podemos”, y “la vulnerabilidad no existe” mientras seamos jóvenes y tengamos vitalidad. 

La muerte, desde esta perspectiva, nos recuerda y hace volver a nuestra verdadera naturaleza: somos finitos y vulnerables. Y Porque creemos que ser vulnerable es una debilidad, no hablamos de la vulnerabilidad mayor, frente a la que nadie puede accionar: la muerte. Así hemos ido recreando una cultura del silencio a su alrededor, porque morir, muchas veces, se interpreta o codifica más como un fracaso que como una consecuencia de haber vivido.

Transformación

En conclusión: la muerte transforma.

La muerte en sí misma no es un problema, esencialmente porque no hay algo a resolver: tarde o temprano, llegará.

Enfrentarnos al concepto de la muerte y a la muerte misma implica un proceso de transformación emocional y mental, de búsqueda, indagación y adaptación a nuevas circunstancias… Y eso puede conllevar dolor, temor e incertidumbre. Cuando nos acercamos a la idea de la muerte, se cuestiona y transforma el sentido de la vida, porque es, a partir de ahí, cuando nos animamos a llamar a las cosas por su nombre. 

Quizás, lo mejor que podamos hacer como individuos por derribar ese tabú, es comenzar a responsabilizarnos de nuestra propia vulnerabilidad, existencia y finitud.